A cien kilómetros por hora

 



A cien kilómetros por hora
viajo solitario.
La vida es como un traveling
que deja atrás ciudades apagadas,
anónimas, distantes,
que ve pasar a gentes
paradas bajo las marquesinas
en las que aguardan
el último autobús que las regrese
a salas familiares.

A cien kilómetros por hora
mi corazón suda y se agita
en medio de la noche,
cortando el negro espacio
igual que un bisturí
divide en dos la carne.

Las luces, a lo lejos,
discurren inquietantes en un tráiler
brutal que me devora
en rótulos gigantes,
señales luminosas
y límites irreales.
En nombres de lugares
sin rostro ni memoria.

Y en la veloz película que la cuneta pasa
la carretera es un laberinto
por el que cruzan gentes
perdidas como yo,
que pasan sin mirarme en los puentes de asfalto,
por las rotondas y por las medianas,
dejando un halo de presencia
en sus anónimas pisadas
de caucho y de aceleración.

Paradas olvidadas y carteles publicitan,
por donde paso,
mi derrota y mi angustia
por alcanzar la meta siempre antes.
Aprieto el acelerador a fondo
y me pregunto
de qué valió correr
si llevo media vida
perdida en los atascos.

Y la ciudad se mueve despacio
mientras que yo viajo solitario
a cien kilómetros por hora.

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