Subí sin darme cuenta
aquella noche
no sé si era lluviosa
o de un otoño frío,
hace algunos años ahora.
Mi memoria no guarda fechas,
sólo, si acaso,
un álbum familiar de fotos borrosas.
Y comenzó el viaje que parecía lento
y lejano el final del trayecto.
La estación de partida era una fiesta
acelerado el corazón
y la impaciencia que hacía imaginar
otros lugares.
Al final del viaje
el tren no se detiene
y ves las estaciones pasar
como quien ve caer la lluvia
tras el cristal
y tiene miedo a mojarse
porque sabe del dolor y el placer
de estar calado
hasta los huesos.
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