De tu voz yo recuerdo
la amaneciente risa
con que venía el domingo,
su anagrama de luz
enarbolado al día,
su cisne de agua fresca;
la convicción secreta
de estrechar la alegría.
Sus velas alborotadas
como albas gaviotas
sobre azules colinas,
sobre paseos marítimos
por donde venía tu nombre
y se me iba la vida
tras tus ahilados pasos.
Y el temblor de tu simple
presencia detenida
sobre los escaparates;
en los andamios del aire
donde andabas infinita.
De tus palabras sencillas
recuerdo la liviana
arquitectura de su eco,
la inmarcesible utopía
por impregnar el mundo
de sonidos diáfanos.
Su navegar de bolina
ceñidas al contratiempo
del fondo del corazón,
y el amor con que vivían.

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